Recientemente, hemos leído en la páginas de este mismo diario que Giorgia Meloni retiraba la infame querella presentada contra Luciano Canfora (Bari, 1942). Debió entender la primera ministra italiana que tenía razón el ilustre helenista italiano cuando consideró que Meloni era “neonazi en el ánimo”, un sentir ideológico que en vista de la política reciente no avergüenza ni a los enemigos de la memoria histórica ni a los votantes desmemoriados o, sencillamente, ignorantes de lo que sucedió y sucede realmente. El profesor emérito de la Universidad de Bari, con su finísimo uso de los conceptos políticos y enemigo del abuso de los anacronismos en política, recordaba en la entrevista concedida a este diario que neonazi se trataba de una categoría política, como neoliberal o comunista, como se define a sí mismo, y que tan solo consideraba a Meloni miembro de un partido de extrema derecha, neonazi o neofascista, con el inquietante nombre de Hermanos de Italia.
Sobre ello ya habíamos aprendido de Canfora en El fascismo nunca ha estado muerto (Bauplan) y contábamos en castellano con otras traducciones del sabio y grafómano italiano. La guerra civil ateniense podría ser un complemento a El mundo de Atenas (Anagrama) y desde la fidelidad a la memoria de Gramsci (es miembro de la Fondazione Istituto Gramsci) ha escrito sobre la Ideología de los estudios clásicos (Akal) o sobre La máscara democrática de la oligarquía (Trotta). La reedición de La democracia. Historia de una ideología (Crítica) es más necesaria que nunca, visto lo visto y lo que parece que queda por ver. Su reflexión, más allá de la historia de la literatura griega o romana, se ha centrado fundamentalmente en la historia política y siempre recordándonos lo mucho que podemos seguir todavía aprendiendo del mundo clásico, de Pericles, de César o de Augusto. Son elocuentes sobre lo que decimos, y entre muchos otros ejemplos, títulos como Il passato presente, un aviso de que el pasado nos persigue siempre, para bien y para mal.
Sería sin embargo faltar a la verdad crear la expectativa de que La guerra civil ateniense o cualquier otro título de Canfora son libros de divulgación, pensados para un público amante de una historiografía anecdótica de gabinete, necesaria y de la que existen obras sobresalientes. Leer a Canfora no es fácil, sencillamente por su labor analítica de reseguir todas las pistas indiciarias de un hecho histórico, en sus pasados presentes. Ese trabajo en el laboratorio de la historiografía no es banal ni muestra alguna de vanidad académica, sino un permanente ejercicio de autopsia y buen hábito hermenéutico del filólogo en mayúsculas que lleva dentro. Él mismo se vale de una reveladora cita de Paul Maas: “En el origen de la tradición histórica está el hecho, que se opone por naturaleza a la redacción escrita y queda alterado o falsificado desde el primer testimonio, en la mayoría de los casos conscientemente”. Esta prudente apreciación es más inapelable si cabe en el caso de la narración sobre una guerra fratricida, la de Atenas en 404 antes de Cristo, la de Roma del siglo I antes de Cristo o la de nuestra Guerra Civil y guerracivilismo crónico, porque, como señala Canfora, la guerra civil es un conflicto en el que se exacerba la contraposición de posturas ideológicas, en el que luchan a muerte facciones que pretenden apelar a los mismos valores y en la que los unos y los otros recurren a la libertad y a la defensa de la patria para justificar su toma de posición. Con palabras de Tucídides, la causa de todo ello no es más que la aspiración a la supremacía y el cambiar a su antojo el significado habitual de las palabras según las acciones que nuestros representantes políticos vayan realizando, algo que volvemos a ver, si es que no siempre ha sido así, en la geopolítica internacional y en la identitaria política nacional.
La primera ley de amnistía de la historia en el 403 antes de Cristo, la del “no recordarás”, que siguió en Atenas a la restauración democrática, es otro de los temas que vertebran el libro de Canfora. Iluminador sobre los claroscuros y las dobles morales de las amnistías y de los procesos —como definió Jon Elster— de justicia transicional. Ya nos advirtió Tucídides, en un escalofriante ejercicio de realismo político, de que una parte de los que pronuncian juramentos de reconciliación a la primera ocasión ejercen su venganza si ven al adversario indefenso. Es el caso del oligárquico Jenofonte blanqueando a cómplices de la tiranía de los Treinta, de Isócrates silenciando la emboscada que en plena amnistía los demócratas tendieron a los oligárquicos en la masacre de Eleusis. Platón, seguido por Cicerón o Séneca, cometió la misma falta al presentar la apoteosis de Sócrates como mártir de la libertad, cuando en realidad, desde su aparente antipolítica, tuvo mucho que ver con la fascinación por las ideas antidemocráticas de sus discípulos.
Esas son las lecciones que podemos extraer de los libros de historia política de Canfora: una filosofía substantiva de la historia que nos enseña con qué facilidad los seres humanos cedemos a la pulsión de la voluntad de poder, el verdadero motor de la historia; con qué temeridad, entonces y ahora, la democracia se asoma al abismo de la guerra civil. En eso seguimos siendo también herederos de Grecia.
Manel García
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