Este libro no gustará mucho a los cristianos convencidos, pero sí interesará a quienes lo fueron y un día empezaron a observar la religión desde una mirada racional. O a los amantes de la historia en general. Catherine Nixey, historiadora nacida en Gales en 1980, ha excavado en los documentos que abordan la vida de Jesucristo, repletos de versiones nada complacientes ni parecidas. Así ha descubierto trazas de un hombre arrogante, temido por sus padres, violento en ocasiones, que echaba maldiciones a niños o fecundaba a su propia madre. O a un charlatán, uno de tantos que deambulaba por el mundo sanando cojos o ciegos, caminando sobre las aguas y protagonizando milagros que se repiten en multitud de narraciones mediterráneas de la época. Se lleva la palma el relato de la virginidad de María, en cuya vagina se abrasó la mano una mujer incrédula que quiso comprobar el insólito milagro tras el nacimiento del hijo de Dios. Todo lo ha recogido en su nuevo libro Herejía (Taurus), del que Nixey habló en Madrid con EL PAÍS.
— Después de haber investigado tanto, ¿cree que conoce a Jesucristo?
— ¡No, en absoluto! ¿Acaso alguien le conoce? Cuanto más lees, menos sabes. La imagen que tenemos de Jesucristo, con la que nos hemos criado los que íbamos a misa los domingos, es de alguien bondadoso, infantil, rodeado de niños. Pero si lees la Biblia, hay partes asquerosas en las que Jesús dice que no ha venido a traer paz, sino discordia. Es difícil llegar al fondo porque hay muchas versiones cristianas diferentes: hay un Jesucristo que mata a gente, uno que deja embarazada a su propia madre, uno enfadado, uno vengativo. Es imposible decir quién fue en realidad y si lo miras como historiadora ves una figura enorme y fragmentada. Para alguien criado como católico es un shock, pero un shock interesante.
Nixey fue criada dentro de una familia muy religiosa, con un padre que había sido fraile y una madre que antes fue monja. Por ello su primera aproximación fue desde la fe, hasta que se convirtió en historiadora clásica y trabajó en los documentos de la época, los autorizados y los no autorizados, que no han sido asumidos por la Iglesia católica: el Evangelio de la infancia de Tomás o el Evangelio de la Infancia de Santiago, por ejemplo, del que hemos tomado tradiciones como la mula o el buey en la representación navideña, pero no la brutal abrasión de la mano de Salomé, mujer incrédula, al tocar el himen de la Virgen tras el parto.
Y parte de un hecho irrefutable: entre la muerte de Cristo y los primeros relatos escritos transcurren 40 años. “Ese es un tiempo enorme para la transmisión oral. Él existió, fue un hombre, pero no tenemos ni idea de cuántas de las historias que se le han atribuido son suyas o de otros. Los registros de la época son muy pobres. Y su historia es parecida a la de tantos en el Mediterráneo. Los críticos creían que era un charlatán, otro mago que hacía trucos como tantos de la época, tal vez no para coger dinero o comida a cambio, sino respeto”.
Su existencia es indiscutible, asegura, porque “aparece en muchísimos textos de la época, incluso en fuentes latinas como las menciones de Nerón recogidas por el historiador romano Suetonio. Muchas de sus historias figuran una y otra vez en textos cristianos y de fuera de la cristiandad. Pero muchas también aparecen protagonizadas por otros”. Como Apolonio, al que se atribuye parecida biografía.
La curación de un hombre ciego, por ejemplo, se le adjudica también a Vespasiano [9-79, emperador en sus últimos 10 años] y está ligada a un rumor sobre el advenimiento de un hombre que iba a sanar a gente y a gobernar el mundo, relata Nixey. “La gente pensaba que era Vespasiano porque se convirtió en emperador. Pero su historia es similar a la que cuentan los Evangelios y también a la de Asclepio siglos antes: otro hijo de Dios que hacía andar a los cojos y ver a los ciegos”. El pasado —asegura— está lleno de gente, no precisamente cristiana, que hacía milagros en los mercados, que separaba aguas, que resucitaba a muertos… “Sucede una y otra vez”.
— ¿Por qué entonces Jesucristo se abre paso entre todos los demás y marca nuestra civilización?
— Si buscamos las razones históricas debemos ir a Constantino [emperador del 306 al 337], él marcó la diferencia. Los emperadores romanos siempre han adoptado y promovido las religiones extrañas y orientales, las religiones iban y venían en esa época. Pero Constantino adopta el cristianismo y vive largo tiempo, permanece 30 años como emperador. Sus hijos también tienen vidas longevas. Y un hombre que podía haber cambiado esto, Juliano, emperador pagano posterior [361-363], vivió muy poco tiempo. Si eso hubiera cambiado, si Juliano hubiera vivido hasta los 90 años y Constantino hubiera sido emperador tres años en lugar de 30, no tendríamos esta conversación. Todo habría sido diferente.
La naturaleza del cristianismo al ayudar a la gente y contribuir a su bienestar jugó un gran papel en su consolidación. “Claro que sí. Por un lado, hacían proselitismo para convertir a la gente, cosa que otras religiones no hacían. Y por otro, ayudaron a los necesitados, las viudas, los huérfanos… mientras otras religiones no se ocupaban. Lo hicieron desde el principio y lo hicieron bien. Ofrecieron algo que apelaba a la gente”.
La religión cristiana era entonces, asegura la historiadora, una especie de servicio de salud con aura espiritual. “Y es lógico. Romperse un brazo podía ser cuestión de vida o muerte en un mundo sin ninguna atención sanitaria. La vida era durísima. Lo hemos visto en la pandemia, cuando todo el mundo ha rezado más, hasta yo he querido rezar por mis hijos”.
Jesucristo, cree Nixey, jamás pudo imaginar la estela e impacto de su vida, que desde el principio desató críticas de los relatores de la época que no entendían lo que decía porque era “críptico, contradictorio, a veces violento”. “Ni siquiera tomando solo los Evangelios podemos conocerle bien. Mucha gente de la época criticaba cosas que dijo como lo pueden hacer hoy los niños que oyen sus historias y no le encuentran sentido”. Se refiere por ejemplo al milagro de los hombres poseídos por demonios, a los que liberó de los espíritus malignos para que estos poseyeran a su vez a unos cerdos que se suicidaron al arrojarse por un acantilado. “Esto molestó a los antiguos. ¿Por qué lanzó a los cerdos al agua? Solemos creer que Jesús era más claro de lo que creían los antiguos”.
Nixey constata que muchas de estas cosas se han ignorado durante casi 2.000 años porque la teología —y no la historia o la mitología— fue la que se hizo cargo del pasado cristiano. Hubo autores que intentaron antes lo que ella ha hecho ahora, como William Hone o Edward Gibbon, pero fueron “atacados sin misericordia”. “Si eres creyente es difícil leer los otros textos y no sentirse ofendido o dismissed”. Desde el siglo XX las cosas han cambiado y textos como el Protoevangelio de Santiago, por ejemplo, también se manejan al estudiar Divinidad. “Por cierto, a mí no me habría gustado leerlo si hubiera sido creyente”.
Este es el que fija la mula y el buey en la representación navideña, y no los Evangelios. El libro del Papa Benedicto La infancia de Jesús, de hecho, niega su presencia en el portal de Belén.
— ¿Aún lo pone usted, el belén en Navidad?
— ¡Sí, lo hago! Tengo tres hijos. Ponemos uno de madera que viene de Etiopía con la Virgen, la mula y el buey.
— Por cierto, ¿y el mito de la virginidad de María, que también se repite en la época y en diversas culturas, de dónde viene?
— Quién sabe, pero aparece una y otra vez en las culturas mediterráneas. ¿Por qué? Ahora no hablo como historiadora, sino como mujer: tal vez no les gustaba que las mujeres tuvieran sexo para tener hijos. ¡Ni idea!
Berna González Harbour
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